El actual clima de controversia en torno a diversos temas socialmente sensibles como el aborto, el feminismo o la prostitución (este último con un reciente caso en la Universidad de la Coruña) han dado lugar a una atmósfera en la que las instituciones, especialmente las públicas, han visto coartadas sus posibilidades de libre expresión.
Es habitual encontrarse con escenas en donde se pretende coartar el mero planteamiento de debates en torno a temas que atañen directamente a la sociedad, en las que la manifestación de una opinión se considera ofensiva y digna de censura por parte de una alícuota de la sociedad sobre la otra. En torno a esta dinámica, se erigen indiscriminadamente perseguidores y perseguidos en función del discurso hegemónico y legítimamente moral en ese momento. A partir de ahí, toda desviación en tono, términos o posicionamiento se ataca apresuradamente sin dejar, siquiera, que tome forma y se explique a sí misma.
Esta coyuntura, que viene perfilándose desde la popularización de las redes sociales, ha tomado tal magnitud que las universidades comienzan a sufrirlo de primera mano. Sus propios estudiantes, y también sujetos ajenos a sus muros, son los que sientan vetos a las temáticas y discursos que les permiten a las facultades. Una realidad que cobra forma no solo en España, sino a lo largo de todo el mundo como una tendencia globalizada.
Las organizaciones y profesionales de la comunicación, por su parte, ven amenazados algunos de sus derechos más antiguos, en antaño irrevocables, como son la libertad de cátedra y expresión. Tal implicación ha supuesto un profundo examen al respecto y una llamada de atención por parte del sector, que ve peligrar las bases mismas de su actividad.
Sobre esto, el sentido del humor, los «espacios seguros», o hasta posibles guías de estilo reflexiona el periodista Javier Guillenea en su artículo para el Diario Vasco «La Universidad Hipersensible» que cuenta con el testimonio de Héctor Fouce, uno de nuestros investigares.
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